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Domingo 23 de noviembre de 2025
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Ciclo C
“¡Qué alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’!” Sal. 121
Espíritu Santo, quiero ponerme a tu servicio.
Espíritu Santo, toma mi vida para ser testigo de la Palabra.
Espíritu Santo, cuenta conmigo para la misión de hacer realidad el Reino.
Espíritu Santo, que en comunidad podamos vivir concretamente el evangelio.
Amén.
Lc 21,5-19

35 El pueblo estaba contemplando. Los jefes se burlaban y le decían: «¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!». 36 Los soldados también se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, 37 le decían:«¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!». 38 Encima de él había un cartel con la inscripción: «Este es el rey de los judíos». 39 Uno de los malhechores que estaba colgado junto a él lo insultaba y decía: «¿Acaso no eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!». 40 El otro lo reprendió, diciendo: «¿Ni siquiera respetas a Dios cuando estás sufriendo la misma pena? 41 Nosotros padecemos justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho, pero él no hizo nada que merezca castigo ».
42 Y agregó: «¡Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino!». 43 Jesús le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso».

Algunas preguntas para una lectura atenta

  1. ¿A quién está contemplando el pueblo?
  2. ¿Qué hacen y dicen los jefes y los soldados y por qué?
  3. ¿Qué dice el cartel clavado en la cruz?
  4. ¿Qué le dice uno de los malhechores?
  5. ¿Qué le responde el otro malhechor y qué le pide a Jesús?
  6. ¿Qué le promete Jesús a este malhechor?
Algunas pistas para comprender el texto:
Mons. Damian Nannini
El evangelista Lucas nos pinta un dinámico y contrastante cuadro de la crucifixión de Jesús con las acciones de los distintos personajes presentes:
✓ En el centro tenemos a Jesús crucificado con una inscripción sobre su cabeza: "Este es el rey de los judíos".
✓ El pueblo permanece pasivo, sólo mira.
✓ Las autoridades judías lo ridiculizan desafiándolo: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
✓ Los soldados romanos se mofan y también lo desafían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
✓ Un ladrón crucificado a su lado blasfema y también lo provoca: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
✓ Hay otro ladrón a su lado quien defiende a Jesús declarándolo inocente y suplicándole que se acuerde de él cuando llegue a su Reino. Con estas palabras está confesando a Jesús como Rey de un reino futuro y glorioso; y con poder de salvar.
✓ Por fin, Jesús rompe su silencio para decirle al "buen ladrón": "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso"..

En el curso de la narración por tres veces se le pide a Jesús que "se salve a sí mismo", que demuestre que es rey, que tiene verdadero poder, y que lo ejerza salvándose a sí mismo de esta muerte ignominiosa. Y Jesús calla. En cierto modo se repiten las tentaciones de Satanás en el desierto que tenían en común el intento de apartar a Jesús del camino señalado por su Padre, del camino de la cruz. En el fondo las tentaciones invitan a Jesús a buscarse y salvarse a sí mismo. Sin embargo, “en las tres tentaciones, Jesús no quiere nada para sí mismo; por eso no pone a Dios a prueba” (F. Bovon). En ambos casos, en la tentación en el desierto y en la crua, Jesús mantiene su fidelidad al plan del Padre, hasta el extremo…
El diálogo con el buen ladrón nos muestra la disposición de Jesús por salvar a quien cree y confía en Él. Es importante el acto de fe del "buen ladrón" pues tiene ante sus ojos la misma realidad que los demás: un hombre crucificado. Sin embargo, declara su inocencia y lo reconoce como Rey con poder de hacerlo entrar en su Reino. 0Hay una cierta paradoja en todo el relato porque Jesús puede salvarse a sí mismo, pero no lo hace. Acepta la cruz porque de este modo puede salvar a otros para siempre. Pierde su vida terrenal y gana para todos los hombres la vida eterna, abre finalmente las puertas del paraíso. Y de este modo es Rey, pues para Jesús reinar es servir.
El evangelio de este domingo nos invita a una mirada contemplativa, de mucha fe, para superar la paradoja y sumergirnos en la misteriosa sabiduría de Dios. La paradoja está en que la inscripción dice que Jesús es rey de los judíos, pero está crucificado; se considera rey a alguien condenado como malhechor y clavado en una cruz donde apenas puede moverse. Estamos en las antípodas de lo que los hombres entendemos por “realeza”: no tiene poder ni dignidad ni soberanía alguna.
Y sin embargo los creyentes proclamamos a Jesús como Señor y Rey del Universo. Para esto hay que aceptar, en primer lugar, que su reino no es de este mundo, no es mundano. En segundo lugar, que la historia no termina con la crucifixión, sino con la resurrección. Tuvo que pasar por todo lo que implica el camino de la cruz para reinar definitivamente. Demostró tener poder sobre el enemigo invencible: la muerte; y su aliado, el pecado. Todos los reyes de este mundo no pudieron con la muerte. Sólo Jesús tiene ese poder. Y lo utiliza en favor de los demás, como hizo con el buen ladrón. Toda la dignidad y soberanía de los reyes humanos terminó son su muerte. Nada se llevaron, sólo sus huesos quedaron. Jesús es el único Rey Eterno, que vive para siempre.
Jesús demuestra su poder sobre el pecado con su misericordia, comunicando el perdón de Dios. Jesús demuestra su poder sobre la muerte comunicando la vida eterna. Al respecto decía el Papa Francisco en su homilía del 20 de noviembre de 2022: “Sólo entrando en su abrazo entendemos que Dios se aventuró hasta ahí, hasta la paradoja de la cruz, justamente para abrazar todo lo que es nuestro, aun aquello que estaba más lejos de Él: nuestra muerte —Él abrazó nuestra muerte—, nuestro dolor, nuestra pobreza, nuestras fragilidades y nuestras miserias. Él abrazó todo esto. Se hizo siervo para que cada uno de nosotros se sienta hijo, pagó con su servidumbre nuestra filiación. Se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier humillación ninguno de nosotros esté ya solo. Dejó que lo desnudaran, para que nadie se sienta despojado de la propia dignidad. Subió a la cruz, para que en todo crucificado de la historia esté la presencia de Dios. Este es nuestro rey, rey de cada uno de nosotros, rey del universo, porque Él cruzó los más recónditos confines de lo humano; entró en la oscura inmensidad del odio, en la inmensa oscuridad del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad. Hermanos, hermanas, este es el rey que hoy festejamos. No es fácil entenderlo, pero es nuestro rey. Y las preguntas que deberíamos hacernos son: ¿Este rey del universo es el rey de mi existencia? ¿Yo creo en Él? ¿Cómo puedo celebrarlo como Señor de todas las cosas si no se convierte también en el Señor de mi vida?”
Recordemos que los cristianos, por el bautismo, participamos de la realeza de Cristo, para que con Él y como Él nos entreguemos por los demás. Y con nuestra entrega les mostremos el camino del Paraíso que por Jesús ha sido abierto para todos los hombres de buena voluntad.
Este domingo culmina el ciclo "C" donde hemos seguido al evangelio según San Lucas. El texto de hoy nos brinda una significativa conclusión del mismo pues nos revela el sentido último del viaje de Jesús a Jerusalén con sus discípulos. El fin es el Reino, pero el Reino de la vida eterna que hoy viene equiparado al paraíso. Y hasta aquí pueden llegar también los pecadores, como el "buen ladrón" de hoy, siempre que se arrepientan y confiesen que Jesús tiene el poder de salvarlos. Jesús no vino a este mundo ni llegó hasta la pasión para salvarse a sí mismo, sino a nosotros. En la cruz y por la cruz nos salva.
Continuamos la meditación con las siguientes preguntas:
  1. ¿Qué supone para mí que alguien sea rey, que tenga señorío y poder?
  2. ¿Puedo aplicarle eso a Jesús? ¿Él es rey y usa el poder al modo del mundo?
  3. ¿Cómo actúo con el poco o mucho poder que tengo sobre otras personas?
  4. ¿Acepto a Jesús como Señor de mi vida y Señor de la historia?
  5. ¿He experimentado la alegría de olvidarme de mí para servir a los demás?

Gracias Jesús por la paradoja de la cruz.
Gracias por la victoria en la resurrección.
Que no me gloríe si tengo poder sobre otros.
Que sepa olvidarme de mí para servir a mis hermanos.
Que la alegría de abajarme pueda más que los aplausos,
la riqueza, el reconocimiento.
Sé Vos mi único dueño, mi único Rey.
Amén.

¿Cómo hago propias en mi vida las enseñanzas del texto?

Jesús, quiero que seas mi Señor, te elijo como el Rey de mi vida

¿A qué me comprometo para demostrar el cambio?

Durante esta semana me propongo tener un gesto concreto con alguien que me cueste. En esta entrega silenciosa proclamaré la realeza de Jesús en mi vida.

"Con cada puñalada José gritaba: «¡Viva Cristo Rey!»”

San José Sánchez del Río, mártir.